Aquel atardecer, Utterson llegó a su casa de soltero con el ánimo sombrío y se sentó a la mesa a comer sin apetito. El domingo, despues de cenar, tenía la costumbre de sentarse muy cerca del fuego de la chimenea con algún tomo de aburrida teología en su atril, hasta que el reloj de la iglesia cercana daba las doce, hora en que se iba a la cama tranquilo y satisfecho. Sin embargo, aquella noche, en cuanto se recogió la mesa, cogió una vela y se dirigió a su despacho. Allí abrió su caja fuerte, tomó del lugar más secreto un documento con un sobre en cuyo dorso estaba escrito: «Testamento del doctor Jekyll» y se sentó con el ceño fruncido a estudiar el contenido.
Robert L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde